El Dr. Pablo Ortiz vive en una zona alejada de
Costa Rica donde trabaja con indígenas de la tribu N’Göbe. No sólo los cura, sino también enseña, educa
y trata de integrar sus actividades en la vida moderna del país. En la edición anterior del periódico
escribimos cómo el Dr. Ortiz llegó a ser médico y por qué se instaló en la
frontera con Panamá. Ahora continuamos
con este tema y contamos cómo una vez asistió a una de las ceremonias indígenas
y conoció algo tan increíble que quedó pasmado: de generación en generación en
su memoria se transmite la información de un espectáculo que sus ancestros
podían ver hace muchos miles de años.
En la edición anterior del
periódico el Dr. Ortiz compartió con
nosotros sus preocupaciones, éxitos y planes de trabajo con los indígenas
migrantes de la tribu N’Göbe que viven en la frontera entre Costa Rica y
Panamá. Habló sobre la organización de
la atención médica y el control de enfermedades infecto-contagiosas, la lucha
por la purificación del agua potable, y la construcción de la nueva clínica en
el territorio indígena. Ahora
continuamos con la charla.
- Dr. Ortiz,
Usted estaba hablando sobre el lavado de manos…
- Entonces, los problemas de salud se cruzan
con los de la educación.
-
Por supuesto, es imposible separar la
salud física de la mental, y las condiciones de vida, de la educación y
cultura. Todo está conectado. Tenemos que ocuparnos de todo un poco por
aquí. Está claro que para salir de la
pobreza los jóvenes tienen que recibir una buena educación. En el territorio indígena hay una escuela
primaria y también hace poco se abrió un colegio. Pero las niñas se negaban a ponerse las enagüitas
cortas de color azul del uniforme, y mucho menos el pantalón, que está de moda
entre las muchachas de la ciudad.
Entonces luchamos y logramos que el Ministerio de Educación les
permitiera oficialmente a las jóvenes indígenas llevar el uniforme especial en
forma de un vestido largo, al que están acostumbradas, azul marino en la parte
de abajo y el blanco, por arriba.
También les dieron permiso para usar botas, ya tienen que caminar por el
bosque desde muy lejos, donde no se pasa con zapatillas, y además, una
serpiente podría picarles. Pero esos no
son problemas más importantes. Cuando comenzaron
a planear las clases de estudios sociales para los niños indígenas, les dije:
“¡Alto ahí! ¿Qué tipo de historia quieren
enseñarles? La que comienza con la llegada de las tres carabelas de Cristóbal
Colón? Esa no es SU historia. No
celebran el 12 de octubre, y en vez de eso, celebran el día 11 como el último
día de libertad…” Ahora día tras día
estoy luchando para que trabajen sólo sus propios educadores y profesores en
todos los niveles: tanto en el CEN-CINAI (que pronto construiremos) como en la
escuela y en el colegio. Pero por
supuesto, no tienen personal profesional suficiente. Hemos notado que los y las jóvenes indígenas
muy rara vez logran entrar a estudiar en las universidades. Resultó que sencillamente no pueden ganar los
exámenes de admisión porque no entienden las preguntas. Ahora mandé mis médicos a darles clases a
esos muchachos, prepararles para los exámenes.
Y este año, por primera vez en la historia, de las 15 personas egresadas
del colegio, 12 han entrado a la universidad, principalmente en la carrera de
educación.
- Dr Ortiz, usted también mencionó el control
prenatal. Es claro que no es fácil
registrar mujeres indígenas embarazadas, además migrantes de un país al otro,
ni obligarlas a asistir en la clínica.
- Aquí usted mencionó la palabra “obligar”, y
de una vez quiero aclarar que es imposible obligar a los indígenas a que hagan algo; esta gente, aunque
es pobre, es libre y muy orgullosa.
Usted y yo desde niños estamos acostumbrados a que las personas con
algún grado de autoridad nos traten como esclavos: en la escuela nos mandan a sentarse
y callar, en el hospital, a quitarse la ropa, abrir la boca y después tomar
medicinas sin falta… Pero estas costumbres europeas aquí no sirven, con los
indígenas uno tiene que hablar, en vez de un tono autoritario con un tono
amistoso, y no forzarlos, sino convencerles para hacer algo como tomar una
medicina, visitar el hospital o internarse para una cirugía. El problema con las mujeres embarazadas es
aún más delicado pues ellas odian ir al hospital para dar a luz. Y es comprensible: hacer labor de parto en
una posición incómoda, en una sala fría y poco acogedora, bajo una fuerte luz,
sin los familiares a la par, es para ellas un verdadero maltrato. Casi siempre lo niegan, motivándolo con que
“los dioses no me permiten dar a luz en el hospital de los blancos”. Al principio no lo podía comprender, trataba
de explicar, persuadir y aún amenazarlas
con los peligros en caso de un parto difícil.
Pero en este caso, lo principal es una buena comunicación, una conversación “con el corazón en la mano”. Cuando me transformé en su amigo verdadero y
comenzaron a hablar con más sinceridad conmigo, conocí muchísimas cosas
interesantes, a menudo recónditas. Por
ejemplo, que después del parto es necesario enterrar la placenta bajo el fogón,
y esto es tarea de la suegra de la recién parida, y la creencia es que cuanto
más profundo la entierra, tanto más tarde la mujer se embarazará de nuevo. Por supuesto, es imposible hacerlo en el
hospital. U otra revelación aún más
interesante: en qué posición da a luz una mujer indígena?. Resulta que se pone en cuclillas, y es la
posición más natural para una parturienta, pero su esposo, además, la abraza
por detrás, la presiona con sus manos y trata de “extraer” al bebé; al mismo
tiempo, la partera está acostada en el piso frente ellos y recibe al recién
nacido. ¿Cuándo en nuestros hospitales
habrá lo mismo?!! Quisiera verlo.
Últimamente, todos los problemas de sanidad pública los solucionamos
juntos, en conversaciones amistosas entre los doctores “latinos” y médicos
tradicionales indígenas y sus jefes. Me
explicaron la diferencia radical en el concepto del “embarazo” entre la gente
blanca y los indígenas. Para nosotros,
la mujer embarazada es un fenómeno aislado, es sólo la mujer, y sólo ella
responde por su embarazo y su término.
De dónde viene su embarazo, no entra en su expediente médico. Pero los indígenas no dicen “ella está
embarazada”, sino dicen: “somos los tres”.
Es decir, el padre es una parte inseparable de este embarazo, y si, pensándolo bien, así debería de ser. Cuando una mujer indígena embarazada viene
con el doctor para un examen prenatal, sin falta llega con su esposo. E imagínese un cuadro como ese: el doctor
comienza a hacer preguntas a la mujer, cuando fue su última menstruación y
otros detalles, y el que responde esas preguntas, es el marido. “¿Tu mujer no tiene su propia lengua? –dice
el doctor indignado– ¡Es una falta de respeto!
Haga me el favor de salir y esperar afuera mientras terminamos la
conversación con su mujer”. Aquel se va
terriblemente ofendido. Y no puede
comprender cómo es posible separar a “nosotros tres” en un momento tan
responsable como un examen de la futura madre.
Todos esos matices culturales hay que tomarlos en cuenta sin falta, para
formar unas buenas y correctas relaciones con la población indígena.
- ¿Cuáles otros problemas importantes en el
campo de la sanidad pública está usted resolviendo en la actualidad?
- Otro problema agudo es la alimentación de
baja calidad. Los indígenas aprendieron a
sembrar arroz y frijoles y en sus bosques crecen suficientes frutas y
verduras. Pero tienen una deficiencia
aguda de proteínas: en el río ya no se consiguen peces por causa de la contaminación
del agua, y no tienen animales para cazar en su territorio tan estrecho (y cada
vez más estrecho)… Cuando comenzamos a hacer exámenes de sangre para prevención
de enfermedades en los niños de la escuela, descubrimos muy bajos niveles de
colesterol. ¡Pero esos niños deberían de
recibir la alimentación gratuita en el comedor escolar! Resultó que sólo les daban de comer atol de
maíz. El Consejo de Padres de Familia se componía de
personas analfabetas, quienes no pudieron abrir una cuenta bancaria y todo el
dinero estatal se depositaba en la cuenta de la directora y aquella, como ya
ustedes entendieron bien, lo utilizaba en la pulpería de su propiedad que tenía
por la escuela. Casos como ese se
descubren todos los días, solo que antes nadie tenía interés en ocuparse de eso…
Naturalmente, aquella directora ya no trabaja en la escuela y los niños reciben
buena alimentación aunque una vez por día.
Pero el problema de alimentación de adultos, ya es otra historia. Esta gente tiene que trabajar y ganar su
propio almuerzo. Buscar fuentes de
trabajo para la población indígena es una tarea difícil y también me exige
muchos esfuerzos. Ahora tratamos de
atraer turismo a la zona, pero con la condición, como les digo, “que no haya
suciedad ni basura por ninguna parte, ni gente borracha, ni tampoco maltrato de
mujeres”. Así estamos haciendo trabajo
educativo tratando de “matar dos pájaros con solo un tiro”. Por todo ese trabajo hace poco me otorgaron
el premio estatal “Por el aporte al mejoramiento de la calidad de vida”. En verdad ese premio no tiene expresión
monetaria, pero gracias a eso, ahora soy una persona bien conocida como un
luchador por los derechos de pobres y oprimidos. Y como consecuencia, muchas puertas en
diferentes instituciones estatales se abren más fácilmente para mí.
- ¿Y cómo usted se aprovecha de esta
notoriedad?
- Por ejemplo, para hacer participar a los
especialistas en construcción, para hacer proyectos de vivienda ecológica para
los indígenas. Las casas corrientes de
paneles de hormigón, no son la mejor opción para esta zona de clima caliente,
además, los indígenas no soportan un servicio sanitario dentro de la casa,
siempre lo hacen afuera. Por eso ahora
hemos comenzado a construir casas para ellos (utilizando su propia fuerza
laboral) de madera, ya que hay mucha alrededor y se consigue sin costo
alguno. Ya hemos hecho unas cuantas
casas que les gustan mucho, dentro de ellas no hace calor porque tienen buena
ventilación, el baño está en un agregado aparte, tiene varios cuartos y
balcones amplios. La casa está sobre
pilotes, para protección contra parásitos de la superficie terrestre como
serpientes y escorpiones. El costo de
esta casa no es más alto que el de una casa tradicional costarricense, hecha de
paneles de hormigón. Pero el resultado
es mucho mejor. Ahora estoy luchando
también por la construcción de una buena carretera en territorio indígena (llamado
“La Casona”) ya que sólo hay una de tierra tanto en la entrada como a la
salida. Esto se explica porque la
cultura indígena tradicional está relacionada con el uso del caballo para
transporte y por eso no necesitan carreteras.
A mi juicio, eso es una tontería y además dañina. A propósito, el caballo es también una
adquisición reciente, traído del mundo viejo.
Antes de la llegada de los españoles a América, no conocían el
caballo. Entonces, ¿hay que obligarlos a
caminar a pie?!!! Lo considero
discriminación y negligencia por parte de las autoridades locales. Además, es necesario instalarles suministro
de agua potable y electricidad. Actualmente
una línea de energía eléctrica pasa cerca
de su territorio, pero dentro del mismo no hay electricidad. ¿Quién dijo que la preservación de una
cultura autóctona depende de un completo aislamiento del mundo exterior? Personalmente, no estoy de acuerdo con esta
opinión.
- Doctor, y cómo logra usted solo desarrollar
tantas ideas y proyectos al mismo tiempo?
- ¿Acaso estoy solo aquí? Somos diecisiete médicos
y todos participamos activamente en el trabajo.
Cuando aparece un cupo vacante, hacemos un concurso para el
nombramiento. Y lo gana sólo aquella persona que nos presente un
proyecto original de cómo mejorar la calidad de vida de los pobladores
locales. No hay reglas, sólo un único
requisito: este proyecto tiene que romper todos los encuadres de conceptos
acostumbrados. Por ejemplo, hace poco se
vino una joven psicóloga, ella trabaja con las “trabajadoras del sexo” en los
bares de la frontera. Esas mujeres
degradadas y en estado lamentable, también merecen que las cuidemos para
mejorar su salud. Pero no podemos actuar
con ellas usando métodos tradicionales ya que no visitan médicos ni tampoco
entregan los exámenes. Entonces la
psicóloga les organizó un taller de escultura de barro en el cual hacen unas figuritas, cómicas o realistas,
tratando de esculpirlas lo más bonito posible.
Y mientras están trabajando, la psicóloga comienza a conversar con ellas
sobre la vida, los problemas, afirmando que ella también muchas veces se sentía
igual de sucia como ese barro. Y al
finalizar el taller pronuncia unas palabras importantes: “Todo está en sus
manos. Ya ven que hasta barro sirve para
crear unas obras de arte maravillosas.
Pero podemos dejarlo así como es, sucio y feo, sólo un pedazo de
barro…” De esta manera les abre los ojos
para verse a sí mismas, les ayuda a comprender su situación y, como
consecuencia, tratar de mejorarla.
- Pablo, usted dice que ha establecido muy
buenas relaciones con las autoridades indígenas. ¿Quién es ahora el jefe de su tribu?
- Su jefe anterior, Pedro Bejarano, hace poco
falleció casi a los cien años. Y van a
elegir un nuevo jefe en marzo.
- Pero, acaso los indígenas no usan sus propios
nombres étnicos?
- Sí, por supuesto. De acuerdo a la ley costarricense, le ponen
nombres españoles desde el primer día de nacido donde la madre debe registrar
el nombre completo con los apellidos del
padre y de la madre. Pero en realidad,
sus nombres suenan muy diferente. Por
ejemplo, por mucho tiempo conocí a un hombre llamado Francisco, y hace poco
supe que también tiene su nombre “verdadero”: N’Gordo Quía Rugabo. Para darle el nombre al recién nacido, sus
abuelos lo observan durante cinco días, y por sus movimientos y gestos
determinan qué clase de personalidad tiene, y en acuerdo con eso le dan el
nombre al bebé, en el cual también se mencionan los nombres de sus padres y
abuelos y el nombre de su clan.
- Dr. Ortiz, usted aprendió a hablar el idioma
de la gente bajo su tutela?
Комментариев нет:
Отправить комментарий