Desde muy joven, Orlando García se
apasionó con la música rusa. La
escuchaba, la tocaba con su guitarra y la cantaba. Hace poco creó un conjunto vocal e
instrumental “Bielie Yuravlí” en el cual reunió a músicos costarricenses a
quienes motivó a cantar canciones rusas.
Durante su presentación en el Festival Internacional de las Artes tanto
rusos como costarricenses en el público admiraron el espectáculo.
Orlando García nos
invitó a su amplia casa de madera en el centro de San José, que fue la de sus
abuelos. Todas las paredes están
cubiertas con buenas pinturas, fotografías y afiches teatrales.
- Don Orlando,
¿cómo conoció la música rusa?
- Nací en una familia multicultural y
multinacional; entre mis antecesores los había de origen español y francés
principalmente. Ha habido escritores,
poetas, profesores, cantantes y actores.
Desde niño leí muchos libros, periódicos y revistas, escuché la radio y
discos con música variada, estudiaba seriamente la guitarra y aprendí el género
español de flamenco hasta llegar a ser profesional en él. También he actuado, dirigido y producido en
obras teatrales y en el cine. En la
Radio Universitaria, en la que fui locutor y productor se transmitía la música
rusa clásica y folclórica. Especialmente
me gustaba el folklore. Pero conocí más
de esta música cuando vivía en Moscú.
- ¿Cuál es su
profesión?
- Profesionalmente soy Traductor e Intérprete
Oficial, actor y guitarrista flamenco.
Estudié ciencias sociales en la Universidad de Costa Rica he hice
estudios sobre la Unión Soviética en la Universidad de Maryland, EEUU, ya que
siempre Rusia fue un campo de mi interés.
Fui funcionario civil internacional con la OEA en Washington, D.C. Posteriormente escribía artículos de crítica
literaria en el desaparecido periódico Excélsior y también por un tiempo fui
asistente de un Presidente de Costa Rica a quien también le redactaba algunos
discursos. Viví muchos años en Estados
Unidos de América, después en España; compartimos esos años una bailarina
francesa y yo; también vivimos dos años entre Turquía, Líbano y Chipre. Hablo algunas lenguas. Por eso al regresar a Costa Rica monté mi propia
empresa de traducción e interpretación y servicios editoriales. He escrito y publicado recientemente un
diccionario de 1600 términos del habla diaria costarricense con sus
equivalentes en castellano panhispánico e inglés. Es uno entre otros muchos materiales, como
mis láminas Fonotablex ilustradas que incluyen una columna en ruso para ayudar
a solucionar problemas de incomprensión por las muchas variantes del castellano
que existen. Estoy seguro de que no son
los académicos convencionales los que tienen que hacer ese trabajo sino los
traductores e intérpretes. Nunca dejé el
teatro y el cine; me apasionan aunque ese trabajo no le deja a uno mayor
ganancia. Desde que era niño hice
actuaciones y siendo estudiante montaba espectáculos teatrales donde actuaba
también. Hice el papel del Cardenal
Richelieu en una producción pionera de la televisión costarricense de Los Tres
Mosqueteros, dirigida y producida por mi tío Saulo García; actué en un papel
protagónico en la película costarricense Magdalena que dirigió Javier
Gutiérrez, y compuse su tema musical.
En la coproducción mexicano-costarricense de largo metraje La Segua hice
un papel junto a la protagonista mexicana Blanca Guerra, como guitarrista
gitano con mis propias composiciones. Y
he hecho papeles coprotagónicos con la Compañía Nacional de Teatro, como, por
ejemplo en Una Aureola para Colón y Cyrano de Bergerac.
- ¿Y cómo fue a
parar a Moscú?
- En aquellos años, cuando escribía artículos
en inglés para el periódico “Excélsior”, me invitaron a trabajar como asistente
del Presidente recién elegido, Rodrigo Carazo, aunque nunca fui miembro de
partido político alguno. Y, al renunciar
el personal en pleno de la Embajada de C.R. en Rusia antes de concluir su período,
me enviaron allá como Ministro Consejero y Cónsul General quedando luego como
Jefe de Misión y representante diplomático y consular titular. Pasé dos años trabajando en Moscú. El entrante Ministro de Relaciones
Exteriores, Fernando Volio, me había jurado y prometido frente a muchos testigos,
que sería su embajador por cuatro años más, pero después incumplió su
palabra. Fueron tiempos difíciles;
trabajé en la Embajada de Costa Rica solo con una secretaria. El embajador anterior, Luis Barahona, vivía
en una mansión de lujo que fue cedida a Costa Rica por parte del gobierno
soviético, pero al terminar su período, la devolvió aduciendo que era demasiado
grande y para un funcionario «demasiado joven» como yo. Así resultó que tuve que meter todo el mobiliario
en dos pequeños apartamentos, uno para vivir y otro para trabajar. En aquellos años, cerca de 300 estudiantes
costarricenses vivían en Rusia y tenía que tramitar para ellos muchas visas y
permisos e inclusive casé a cuatro parejas, ya que entre mis facultades,
también entraban las funciones de notario.
Recuerdo que cuando oficié un matrimonio por primera vez, preparé una
ceremonia solemne, y tuve que pedirle a mi secretaria Galia que consiguiese un
mantel blanco y además, preparé una bebida tipo sangría española. Pronuncié un discurso, y en general, todo
sucedió a la perfección… todos teníamos las manos temblando de nerviosismo… y
todos sintieron bien lo serio del momento.
Por lo general, no me gusta hacer cosas improvisadas, y prefiero incluir
el elemento ceremonial. El entonces Jefe
del Departamento Latinoamericano del Ministerio de Relaciones Exteriores de la
URSS, V.N. Kazimirov, ex embajador en Costa Rica, me trataba muy bien y me dio
permiso para trasladarme libremente y visitar casas de ciudadanos soviéticos,
así como tener la libertad de recibir a personas de todo tipo en la
embajada. Me aproveché de este permiso
en grande, más que nada para dar refugio a los estudiantes costarricenses, ya
que muchos de ellos vivían y estudiaban en regiones alejadas del país y cuando
necesitaban tramitar algún documento tenían que venir a Moscú por unos cuantos
días. Les dejaba dormir en mi
apartamento o en la embajada y siempre tenía muchas visitas. Afortunadamente, no fui entrenado como
diplomático según moldes académicos convencionales y por eso mi enfoque de las
relaciones sociales e internacionales correspondía a una visión cosmopolita sin
ideas preconcebidas y sí con un diálogo constante con todo el mundo ya que
hablaba libremente sobre cualquier tema.
Así formé muy buenas relaciones con los diplomáticos de otros
países.
También en la Casa
de la Amistad en Moscú organicé una exposición de fotografías y libros de Costa
Rica, siendo la primera y única de este tipo.
Un día conocí personalmente a L.I. Brezhnev, apenas una semana antes de
su muerte y tras su funeral fui presentado a Andrópov y a Gorbachov. Hasta llegué a jugar ajedrez con Anatoli
Kárpov quien me obsequió autografiado su libro Diviátaia vertical (Novena vertical – sobre su famosa estrategia).
- ¿Y usted
aprendió la lengua rusa muy bien?
- Comencé a estudiar ruso aun cuando era
estudiante en la Universidad de Costa Rica con un estudiante estadounidense de
intercambio de la Universidad de Kansas, hijo de rusos, que dio los primeros
cursos de ruso en C.R. En Moscú tuve que comunicarme mucho en ruso así que
adquirí del idioma un conocimiento funcional conversacional, pero no lo aprendí
a la perfección. Ahora me ayuda el
conocimiento del idioma con el repertorio de canciones rusas, porque sabía cómo
pronunciar las palabras correctamente y las enseñé a todos los participantes
del conjunto.
- ¿Cómo le
llegó la idea de crear el conjunto musical “Bielie Yuravlí” (Grullas Blancas)?
- En el pasado siempre reunía a mis amigos para
formar grupos de canto, por lo general de villancicos navideños. Y esta vez hice este tipo de proyecto con la
esperanza de ofrecerlo a diferentes hoteles, para presentarnos ante los
turistas y el público en general. Tengo
en proyecto no solo canciones rusas, sino también folklore de otros pueblos del
mundo. Cuando supe que Rusia sería el
invitado de honor en el FIA, ya desde tiempo atrás tenía concebida y casi
montada esta presentación y pensé que tal vez Rusia nos ofrecería algún financiamiento.
Pero resultó que todo el programa ruso ya estaba definido; tuvimos que hacerlo
por la paga modesta que ofrece el estado costarricense para algunos de los
participantes del festival. Esa paga
estaba ya comprometida y gastada en ensayos, vestuario y producción. Por otro lado, participar en el FIA requiere
de cumplimiento con normas burocráticas y fiscales que estimo son excesivas e
inapropiadas justamente para los creadores del arte y con las que no estoy de
acuerdo. ¡Justamente para los artistas,
que entre todos los oficios y las profesiones son los que más mueren en la
miseria en el mundo! En mi opinión son requisitos que coartan la elegibilidad
de gran cantidad de artistas folclóricos, aficionados, callejeros, etc., y que
fomentan el próspero negocio de comisionistas y agentes de espectáculos. Ya casi estábamos por contratar a un
representante cuando ofreció sus servicios de representación gratuitamente
Dmitri Ordansky con su Teatro y nos salvó del aprieto, lo cual mucho
agradecemos. Nosotros mandamos a hacer o
cosimos parte de los trajes nacionales rusos y otros nos los prestó Marta
Rein. Aunque hubo críticas y
observaciones en cuanto al vestuario aduciéndose que era poco exacto, no estuve
de acuerdo por varias razones. El teatro
no es una exposición académica de antropología cultural; conozco las leyes del
arte teatral donde todo es una ilusión, todo son símbolos e imágenes. Si para los costarricenses, un gorro de piel
se asocia con Rusia, entonces era obligatorio poner el gorro en escena, aunque,
como nos explicaron amigos rusos, nadie se sienta con el gorro puesto dentro de
la casa. Se me sugirió, por ejemplo, que
en mi képis no debía ir una rosa porque “tiene que ser un clavel” aunque tomé
la idea de ilustraciones rusas y se ven rosas en Rusia también. Para hacer los bordados en algunas camisas
imprimí fotos de bordados rusos en papel autoadhesivo y los adherimos a algunas
de las camisas y gorras. ¡A veces me he
descrito como un especialista en imposibilidades escénicas!
- ¿Cómo logró
trasmitir el sonido tan exacto?
- Amo las canciones populares rusas. Siempre las he cantado con guitarra en
fiestas, las escuchaba, asistía a conciertos.
Me gustan mucho no sólo las melodías, sino también las letras y las
traduje en forma poética para cantarlas en español. Siento tan profundamente la poesía de Rasul
Gamzatov que hasta me duele el corazón por aquellos soldados que se
transformaron en grullas blancas. Creo
que en algún lugar de mis genes también está incluida la herencia rusa, sólo no
sé por cual lado. El repertorio en parte
era conocido y otra parte la encontré en la Internet. Nuestro conjunto se formó entre viejos y
nuevos amigos; con experiencias anteriores conmigo: Irene Solano, mandolinista y flautista con
nuevas aptitudes en la balalaika, Alejandro Ulate, cantante, Angie Loveday,
hija de Irene, percusionista, flautista y ahora cantante de ruso, y Stefano
Dipadua, mi sobrino, percusionista; y
nuevos: Rodrigo Aguilar, acordeonista,
Valentín Ramírez, contrabajista y, por supuesto nuestra artista invitada rusa
Marta Rein; todos los participantes también hacemos los coros. No todos cantamos como cantantes, pero no es
necesario ya que nuestro conjunto no pretende igualarse con el Coro de
Pyatnitsky; más bien emulamos el ordinario arte casero de unos simples
campesinos. Comenzamos a ensayar en
enero pasado y más que nada tuve que trabajar con el ritmo. Por ejemplo, la canción En la agreste estepa allende el Baikal está en ritmo de vals; sin
embargo no es un baile sino una trágica balada lenta; por eso siempre tuve que
ir «aplicando el freno» ¡De lo contrario podría haberse producido una
cumbia! Mucha de nuestra música
costarricense se caracteriza por variedad melódica, a veces durante toda la
canción: la melodía cambia constantemente y el ritmo prácticamente siempre es
el mismo. En la música rusa
frecuentemente es al revés: la melodía se repite constantemente, pero el ritmo
y el modo varían mucho, desde lentísimo y muy dramático hasta vertiginoso y
ligero.
- ¿Quién
escribe sus partituras?
- Aunque he estudiado música académicamente, en
mi campo musical profesional -el flamenco andaluz- no existen las partituras;
existe por tradición oral y se toca de oído.
Para los demás busqué las partituras en la Internet y ellos escribieron
pequeñas partes arregladas por mí.
- Usted también
usa unas fotografías con paisajes rusos proyectados en una pantalla.
- Sí, son ilustraciones para las canciones; Ana
Álvarez colaboró haciendo la proyección.
Pasé muchas horas escogiendo esos paisajes, retratos de personas,
caballos, etc. Todos tenían que estar en
el mismo estilo y el mismo formato; a menudo tuve que componer varias fotos y
unirlas en una sola. Es verdad que en
las fotos hay muchos caballos, pero es porque están mencionados en los textos. Sólo nos faltan el tigre siberiano y el oso,
¡pero tampoco se encuentran en las canciones!
- Había en el
conjunto una artista rusa…
- Sí, Marta Rein. Puesto que el concierto era en homenaje a
Rusia, quería tener a una persona del país como artista invitada, según el
estilo de mi proyecto musical Musimundo.
Nos ayudó mucho. Le pedí que interpretara
las piezas que consideré eran más difíciles para los demás y lo hizo como
artista excelente que es y con muy pocos ensayos porque se integró al grupo ya
en marzo.
- ¿Cuáles son
sus planes siguientes?
- Tengo en proyecto un programa con la música
de los Montes Apalaches que conozco muy bien.
Después con la música de otros países: Argentina, Francia, España, etc. Podemos pensar en presentaciones
internacionales si se presenta la oportunidad.
Para el futuro cercano y en otro campo de actividad está una charla que
me han invitado a dar en la Universidad de Virginia sobre un acontecimiento en
la vida de J. F. Kennedy en el que fui protagonista.
- Muchas gracias por su
interesante relato y le deseamos éxitos en la realización de sus planes.
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