Dilbar Usmánova desde niña fue
líder. Al principio, de su grupo escolar, luego en el colegio y en la universidad,
después lo fue en su familia y más adelante, líder sindical ¡y de todos los scouts
de Costa Rica! Y siempre sigue siendo
una mujer linda, dulce y cariñosa.
Mi vieja amiga
Dilbar vive en la ciudad de Grecia, a 45 kilómetros de la capital. Allá todo está cerca: su lugar de trabajo,
las tiendas, los amigos y familiares.
Tiene una linda casa de cinco dormitorios, un esposo amado e hijos, un
nieto, su diligente mamá viejita, dos perros y un gato. Nos atendieron al mejor estilo ruso, con
arepas y pasteles, natilla, mermelada y una copita de vino “por el Día de la
Victoria”.
- Dilbar, en el mitin dedicado al Día de la
Victoria enseñaste los órdenes y medallas de tu padre.
- Sí, de mi familia dos personas participaron
en la Gran Guerra Patria. El abuelo,
Fedor Ivanovich Merkulov, no tuvo buena suerte, fue un sargento y pereció en la
batalla en el año 1944 en el Istmo de Carelia Finés. Y mi padre fue a la guerra en 1943 siendo muy
joven ya que tenía apenas 16 años, pero mintió y dijo que tenía 18. Así entró en el Segundo Frente Ucraniano,
luchando por librar a Ucrania y Polonia de los nazi-fascistas y por la toma de
Königsberg, así llegó hasta Berlín. En
la guerra, fue chofer manejando el carro del comandante del regimiento. Después de una herida se recuperó y siguió
unos cuantos años más en el servicio del Ejército Rojo en Ucrania del Oeste, limpiando
Lvov de los banderovtsi. Por sus méritos en combate, mi padre fue
premiado con dos preseas: la “Orden de la Guerra Patria” y la “Orden de Gloria”
y con 21 medallas de los cuales él consideraba de más valor la de “Por la
Victoria sobre Alemania Fascista” y “por la Toma de Königsberg”. Después de la guerra vivió muchos años más y
falleció aquí, en Costa Rica. En 1995 le
otorgaron otra medalla más, “Por el 50° Aniversario de la Victoria”, entregada
en la Embajada de Rusia. Recuerdo que
nos invitaron a todos a la ceremonia solemne y hasta enviaron una buseta para
transportar nuestra gran familia.
Desde niña recuerdo
los relatos de mi padre sobre los banderovtsi,
temidos más que a los alemanes. Una vez
esos guerrilleros tomaron preso un comandante de compañía herido y lo
crucificaron como a Cristo. Y si
atrapaban a los oficiales, los mataban y desmembraban, colgando sus partes en
los árboles en el bosque. Cuando hace
poco empezaron los desórdenes en Ucrania, recordé estos relatos. Parece que esta gente nunca cambia…
- Dilya, su padre fue Tayiko…
- Sí, como muchas personas de la Unión
Soviética, soy una mezcla de diferentes nacionalidades. Mi mamá es rusa, se llama Galina Fedorovna, y
mi papá es tayiko, se llamaba Sharof Usmánov.
Nací en Tayikistán, en la ciudad de Penyikent, metrópoli muy antigua que
fue fundada en el siglo 8. Tengo dos
hermanos mayores: Irina y Vladimir; de los tres, sólo a mí me dieron el nombre tayiko porque me parezco más a
papá que los otros.
- ¿Y cómo resultó en Costa Rica?
- Bueno, primero tengo que contar cómo llegué a
Moscú. Siempre fui una estudiante
excelente, me gustaba hacer trabajo social, fui secretaria de la organización
de KOMSOMOL (Partido Juvenil Comunista). Tuve muy buen ejemplo: mi padre fue un
comunista convencido y activista del sindicato, toda la vida luchaba por la
justicia y contra la corrupción. Después
de graduarme del colegio participé en un concurso en el que a los ganadores se
les otorgaban becas para ir a estudiar a otras ciudades del país para obtener especialidades que no se
impartían en las instituciones educativas locales. Escogí la Universidad Pedagógica de Moscú
V.I. Lenin en la especialidad de enseñanza especial. Hice los exámenes de admisión en mi ciudad,
obtuve notas excelentes, gané el concurso contra tres personas que también pretendían un cupo y
pude entrar a la universidad. Fue en
1979. Y en el primer año de mis estudios
conocí a Carlos quien para ese entonces ya estaba en tercer año en la
Universidad de Amistad de los Pueblos.
En la nuestra, donde casi solo había mujeres estudiando, vivía en una
residencia estudiantil en el 8° piso, compartiendo habitación con dos
cubanas. Un día invitaron a sus amigos
latinoamericanos. En aquel entonces, yo
era muy delgadita de pelo largo. Carlos
me vio y al principio pensó que era peruana o mexicana y me habló en español, y
le contesté: “Ya ne ponimayu” (No
entiendo). Y le expliqué que era de
Tayikistán. Inmediatamente Carlos se
enamoró de mí y dijo: “Esa es mi esposa”.
Y hasta ahora tenemos la misma relación como el primer día. Mañana será nuestro 32° aniversario de bodas. En el año 1983 nació nuestra primera hija, Lolita.
“¿Se llama Dolores?” – me preguntaban los amigos. – No, es simplemente
Lolita”. Siempre me gustó este
nombre. Carlos terminó sus estudios y yo
me quedé a seguir estudiando, llevé el bebé con mi mamá y cada medio año iba a
visitarla. Cuando me gradué de la
universidad, me vine con ella a Costa Rica, en diciembre de 1986.
- ¿Fue difícil instalarse al principio en otro
país?
- No, comencé a trabajar casi inmediatamente,
apenas me vine. Al principio vivíamos
con mi suegra, aquí mismo, en Grecia, ya que mi esposo es de aquí. Sus familiares nos trataban muy bien y todos
los vecinos venían a ver a “la esposa rusa”.
En aquellos tiempos la gente no sabía nada de Rusia, y mucho menos de
Tayikistán. Recuerdo que un pequeño
chico, un sobrinito de Carlos, me defendía diciendo: “¡Es rusa, pero es muy
buena! No come chiquitos!” Es que antes
en las películas norteamericanas, siguiendo la política de la guerra fría, se
mostraba que las personas rusas comían niños.
Y un pulpero de la vecindad, me preguntaba cómo comía yo: con un tenedor
o con las manos. “Comemos con tenedores,
cucharas y cuchillos” – le explicaba.
En aquellos años,
en Costa Rica no había maestros de enseñanza especial, por eso el Ministerio de
Educación de una vez me dio trabajo.
Nuestra especialización tiene una parte importante de medicina, nos
preparaban para trabajar con niños que padecían retraso mental y con diferentes
desórdenes del habla. Mi primer empleo
fue en la escuela del MEP en la ciudad de Naranjo, y me dieron la tarea de trabajar
con niños sordomudos. Les enseñaba a
emitir sonidos de habla y entender palabras por los movimientos de labios, y
ellos me enseñaban a hablar con señas, porque yo no manejaba este método. Al principio las amigas rusas que eran mis
colegas, me ayudaban mucho con sus consejos.
Raya Bikkazákova me explicaba cómo enseñar correctamente la articulación
de algunos sonidos de la lengua española.
En aquellos años ella vivía en San Ramón, cerca de Grecia, y yo le ayudaba
a cuidar su pequeño hijo Andrey Amador, convertido ahora en un famoso ciclista,
quien en aquel entonces tenía apenas un mes de nacido. Al principio, yo no sabía nada en idioma
español y los primeros días Carlos me acompañaba para ayudarme y traducir, pero
después una compañera, una educadora llamada Soledad, dijo que me enseñaría y de
verdad, comenzó -con gran paciencia- a enseñarme a hablar el idioma. Al final del año, todos llegaron a quererme
mucho, ¡hasta me hicieron una fiesta con mariachis! Después trabajé tres años en una escuela especial
en Grecia, pero allí tenía roces con la directora ya que ella estaba en contra de
que yo, extranjera, enseñase a los niños costarricenses cómo hablar
correctamente español. No podía entender
que el desarrollo de habla no depende del idioma sino de otros problemas
neurológicos del niño. Pero era inútil
explicarle algo porque en realidad, estaba celosa ya que los padres de familia no
la querían y a mí sí. Por lo mismo,
apenas tuve la propiedad, obtuve nombramiento en el Hospital Nacional de los
Niños, en San José, aunque era muy lejos de la casa y viajaba todos los días en
el bus. En el Hospital, en el 5° piso,
hay una escuelita especial e impartía clases en la cama del niño enfermo. Allá tuve una gran variedad de casos y en
tres años, obtuve una experiencia pedagógica invaluable. Hasta me tocó ser “mamá canguro”, andar con
niños prematuros en brazos para que sientan el contacto con el ser humano y
comiencen a desarrollar sus órganos de sentidos. A los niños más grandes, les tocaba el piano
y ellos cantaban y bailaban, ¡allá me tocó de todo! Después mi amor, Carlos, a pesar del todo, logró
que me nombrasen a trabajar cerca de la casa.
Por pura casualidad supo que en la municipalidad de Grecia, se
encontraba un documento firmado por mi antigua directora, con la petición de no
nombrarme nunca para trabajar en esta ciudad.
¡Estaba tan indignado! Hizo una
copia de este documento y presentó una queja ante la Sala Constitucional, la
que reconoció mis derechos, e inmediatamente abrieron una plaza especial de
terapeuta de lenguaje en la escuela Alfredo Gómez Zamora, sólo para mí. Desde aquel entonces sigo trabajando allí, ya
llevo 20 años. A diferencia de otros
terapeutas, no sólo doy clases individuales, sino también en grupos de 2 o 3
niños, a quienes junto dependiendo de su problema. Entre mis alumnos hay muchos que padecen
retraso en el desarrollo de habla debido a su retraso mental, autismo o
síndrome de Asperger, muchos tienen dislalia (desorden de articulación) o
problemas de la voz y disfemia. Ahora
tengo 65 estudiantes, además algunos que no obtienen cupo, están en lista de
espera. Y por el programa de
estimulación temprana, también trabajo con niños de 3 años.
- Dilya, háblanos de tu trabajo con los scouts.
- Ah, también es una gran parte de mis
actividades. Desde mis años de
estudiante trabajaba en vacaciones como guía en los campamentos de pioneros (organización infantil en la
URSS), dos años viajaba con niños al Artek,
centro de recreo para aquellos en Crimea, donde conocí a Irina Rodniná, famosa
deportista soviética y entrenadora de patinaje artístico sobre hielo. Apenas vine a Costa Rica quise saber si por
acá había pioneros. No los había, pero sí existían los scouts o
exploradores, que son organizaciones similares. Cuando ya estaba trabajando
como educadora, un día el director me pidió ayudar con la organización de una
excursión escolar. Carlos y yo nos
entusiasmamos de una vez y en 1997 creamos en Grecia el grupo # 190 de scouts. Nuestros mujercitas y varones andan
juntos. Voy con niños pequeños, de edades
de los 7 a los 10 y medio años, donde Carlos va con los mayores. En total, tenemos entre unos 60 o 70 niños
repartidos en cuatro niveles por edad.
Con los pequeños, jugamos el cuento de R. Kipling “Mowgly”: yo soy
Akela, otra guía es Bagheera y los niños son una manada de lobitos. También aceptamos niños con necesidades
especiales. Una vez un niño invidente
andaba con nosotros. Y una de nuestras
guías tiene el síndrome de Down. Cada
sábado hacemos reuniones para planear las siguientes caminatas; tenemos el
campamento permanente Istarú, también vamos a excursiones por todo el país y
hasta fuera de éste. Hace poco fuimos a
Guatemala. En el 2007 fui elegida como
Jefe Guía Nacional y de súbito, me tocó organizar la celebración del 100°
aniversario del movimiento scout en Costa Rica! Me han enviado a México para la Conferencia
del Hemisferio. También doy talleres y
cursos. En el Traspaso de Poderes hace
poco, Carlos y yo presenciamos la ceremonia en el Estadio Nacional con un grupo
de scouts. Reconozco que ya estoy muy
cansada, pero todavía sigo cargando con esa actividad.
- ¿Cómo se acomodó su familia?
- Nuestra familia ahora está compuesta por
cinco personas,: mi madre, dos hijas , mi esposo y yo. La hija menor, Victoria, nació en Costa Rica
en 1988. Es fotógrafa. Y la mayor, Lolita, se graduó de psicóloga,
ahora estamos tratando de equiparle la oficina.
Se casó y vive aparte, tiene un hijo de 10 años, nuestro amado nieto
Mariano.
Pero, además de mi
familia, todos mis familiares también se vinieron por acá. Cuando en 1991 se desintegró la Unión
Soviética, en todas las repúblicas comenzaron desórdenes sociales, y en
Tayikistán se intensificó el crecimiento de nacionalismo, lo que llevó a la repulsa
contra la gente rusa. Nuestra familia
sufría de insultos y maltratos. Comenzó
la desorganización y el hambre, los alimentos se repartían por tarjetas, al
igual que en la guerra. Le conté eso a
Carlos y me contestó: traigámoslos a todos acá.
Toda la vida le estaré muy agradecida por este gesto. En 1995 mis padres vendieron su casa, el
apartamento, el carro, las alfombras, todo muy barato, realmente por unos
cuantos cincos, así era la situación entonces.
Pero, ¡no era tan fácil hacerlo como decirlo, ya que eran 11 personas! No nos alcanzaba el dinero para comprarles
los boletos aéreos. Y un día, por pura
casualidad, Carlos coincidió con el Presidente de entonces José María Figueres,
quien además era accionista de LACSA, y le contó que la situación en Tayikistán
era muy tensa, que la vida de las personas estaba en peligro. ¡Y Figueres nos regaló 11 pasajes de Cuba a
Costa Rica! Así se vinieron mis padres, mi
hermano con su esposa y dos hijos, mi hermana con el esposo y dos hijos y
además, la abuela de 88 años. De una
sola vez les dieron residencia permanente en el país. Ahora ya todos se instalaron bien, mi hermana
es profesora de francés y trabaja en el colegio, compraron una casa cerca de la
nuestra. Mi hermano trabaja como guarda en un hotel en la playa y alquila una casa
para su familia, y nuestra abuela murió a la edad de 95 años. Mi padre también vivió hasta edad avanzada. A todos mis familiares les gusta mucho vivir
aquí. “Aquí todo está cerca, todo el año
el tiempo está caliente, - dice mi mamá. – Uno no tiene que hacer reservas de
leña para el invierno”. Como es
costumbre rusa, ella prepara encurtidos de verduras y mermeladas de frutas,
pero lo que le estoy más agradecida, es que ella le enseñó a hablar la lengua
rusa a mis hijas y al nieto. Todos los
días les lee libros y cuenta cuentos. Ella
ya entiende muy bien el español, ve telenovelas y apunta las recetas de
cocina. Pero todavía no se decide a
hablar mucho.
- Dilya, ya te queda poco para pensionarte. ¿Qué vas a hacer después?
- Descansar, viajar, hacer ejercicios en el
gimnasio, pintar cuadros, pasear con los nietos. También seguir trabajando con el sindicato, ya
que hace poco me involucré en esa actividad.
- Les deseo a
ti y a tu gran familia todo lo mejor. Y
lo principal, una buena salud. ¡Son unos
héroes!
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