Pablo Ortiz se graduó en el Instituto Médico de
Vínnitsa (Ucrania) y al regresar a su patria decidió establecerse en el cantón
de Coto Brus, frontera con Panamá. Los
últimos 10 años ha tenido que ver con los indígenas de la tribu N’Gäbe, a los
cuales no sólo cura, sino también enseña y protege, o sea, los chinea como si
fueran sus propios hijos. Nadie como
Pablo conoce su cultura, costumbres, creencias y su visión del mundo. Pablo se transformó en un amigo tan cercano
que lo invitan regularmente a todas sus fiestas y ceremonias. En una de esas Pablo conoció algo tan
increíble que quedó pasmado: de generación en generación en su memoria genética
se transmite la información de un espectáculo que sus ancestros podían ver hace
muchos miles de años. Siendo una persona
humanista, Pablo se entristece de la situación
desastrosa de la población indígena: no tienen caminos, ni agua potable,
tampoco corriente eléctrica, ni vivienda normal, y ni que decir de un empleo
remunerado… Considera que es una discriminación y negligencia por parte de las
autoridades costarricenses.
Pablo
Ortiz vive a los 5 km de la ciudad de San Vito, en una montaña empinada que
sigue hasta el Macizo de Talamanca. Su
casa está rodeada de una selva densa y cada día en su terraza llegan monos
cariblanco, mapaches, armadillos, vuelan colibríes, oropéndolas y
mariposas. Su amplia y única casa de
tres pisos está construida sin paredes, sólo tiene piso y techo, donde la sala, la oficina y el comedor están
abiertos por todos lados, lo que asombra a sus amigos de otros países. “¿Para qué necesito paredes? –dice
sorprendido– si la temperatura por acá nunca baja de los 20° C!” (Pero no es
cierto porque cuando estábamos ahí y nos quedamos más de medianoche celebrando
“el fin del mundo” el 21 de diciembre, la aguja del termómetro de pared marcaba
los 17°).
- Pablo, ¿por qué decidió instalarse a vivir en
un lugar tan lejano? No está aburrido de vivir en el bosque?
- No tengo tiempo de aburrirme. Siempre tengo mucho trabajo y cuando llego a
la casa, de nuevo estoy rodeado de gente, ya que casi todo el año aquí están de
visita estudiantes de diferentes países del mundo. Vienen para una pasantía que he organizado
para estudiantes de medicina a punto de graduarse. Es como “turismo al revés”: aquí ellos no ven
bellos parques y museos, sino pobres chozas de indígenas y miserables y sucios
bares en la frontera con Panamá. Durante
su pasantía aprenden a prestar atención y asimilar todos esos problemas
sociales de la población y elaborar métodos para superarlos.
En realidad, no nací en el bosque ni tampoco vengo de una familia
campesina. Desde niño vivía en Cartago,
y mis padres fueron gente bastante adinerada.
Mi padre se dedicaba al comercio, y gracias a eso pude ir primero a los
Estados Unidos donde me gradué de bachillerato y después a la lejana Unión
Soviética donde pasé más de 10 años sin preocupaciones y también pude viajar
por Europa. Estoy orgulloso de mis
antepasados. A pesar de su posición
bastante alta en la sociedad, nunca se fueron presuntuosos y trataban con mucho
respeto a todas las personas, hasta las más humildes. En nuestra casa era prohibido llamar a la
empleada “sirvienta”, sólo “la señora que ayuda a mamá”, y así era en
todo. Aunque, a decir verdad, en el
siglo 18 tenían esclavos negros, lo que supe por un antiguo documento familiar testamentario. Tal vez por eso, ahora trato de “orar por el
perdón de los pecados” y ayudar a toda la gente de color e indígena, para
restablecer la justicia.
Me
instalé en esta zona por consejo de un amigo.
Cuando regresé a la patria después de terminar los estudios, quería
vivir tranquilo, en un ambiente limpio, con buen clima y cerca del bosque. Además, en esa zona desde el siglo pasado se
han instalado muchos italianos, me atraía mucho su compañía, especialmente su
cocina, ¡es que me gusta comer rico! Al
principio alquilé una casa en la ciudad de San Vito. Pero a mi esposa no le gustó esta
opción. Ya hemos vivido como familia
bastante tiempo, aún desde Ucrania. Pero
aquí, nuestros caminos se separaron rápidamente, y creo, no sólo por causa del
lugar de vivienda.
- ¿Cuándo usted se instaló en Coto Brus, de una
vez comenzó a trabajar con los indígenas?
- No, en los primeros años trabajé en
emergencias y estaba muy contento: cada día tenía cirugías, salvaba personas,
atendía a mujeres en parto. Sabía que en
algún lugar por ahí vivían indígenas, pero rara vez me tocaba encontrarme con
ellos frente a frente. Y sólo en el año
2003, cuando me nombraron director del área de salud, supe qué esta gente
padecía de muchas enfermedades, la mortalidad infantil era muy alta y la
esperanza de vida muy baja. Además, supe
que nuestro cantón estaba en el último lugar en la provincia por su calidad de
trabajo, la que se evalúa en puntos y con una escala de medición especial. Antes que nada, me puse a arreglar asuntos
laborales entre mis colegas médicos.
Supe que sólo uno de ellos, siempre viajaba para tomar cursos de
capacitación, pero los demás no tenían esa oportunidad, lo que era totalmente injusto,
por supuesto. Para motivar a la gente,
les prometí que si elevaban la calidad del trabajo, les mandaría a diferentes
capacitaciones profesionales. El personal,
en su mayoría médicos jóvenes, respondieron positivamente a esta proposición, y
al año siguiente nuestra área logró un 90% de evaluación excelente. Como resultado, la Caja Costarricense de
Seguro Social (CCSS) nos dio un presupuesto bastante elevado, el que gastamos
para obtener nuevos equipos médicos y motocicletas para movilizar el personal
auxiliar por las poblaciones aledañas. Los
pacientes comenzaron a ser tratados con más atención, atendidos en las oficinas
con más puntualidad, los diagnósticos establecidos y las medicinas prescritas fueron
más exactos. Pero los indígenas seguían
enfermando y muriendo, especialmente aquellos que cada año llegaban desde
Panamá a coger café. Entonces entendí que si seguimos tratándolos
con los métodos habituales, nunca lograríamos mejorarles su situación. Debido a que visitaba frecuentemente el territorio
indígena, en general sabía cuáles eran las desgracias que hacían sufrir a esta
gente, y me puse a componer un plan de trabajo integral. Para algo estudié en la Unión Soviética y
aprendí muy bien lo que era la “medicina
preventiva”, ya que es mucho más fácil prevenir la enfermedad que después
curarla. Pero para realizar lo ideado
necesitaba dinero y bastante. Y entonces me fui a San José.
- Creo que no es cualquier doctor que aborda la
lucha por los derechos de los oprimidos… ¿Y a dónde fue desde el principio?
- Me dirigí directamente a la oficina de la
Defensoría de los Habitantes y me dieron la oportunidad de darles una charla
sobre los problemas de la población en nuestra área. En esta reunión, conocí a Rosaline Borland,
una norteamericana quien trabajaba en el “Foro de inmigrantes” en calidad de
representante de la Organización Internacional de las Migraciones. Prometió ayudarme, pero, en base a la experiencia de mis relaciones con
costarricenses, no pensé que cumpliría con su promesa. Sin embargo, la norteamericana resultó ser
una persona responsable. Y un día, ya fue
en el año 2007, me comunicó que mi proyecto fue elegido para participar en la
Feria anual del Banco Internacional de Desarrollo en Washington. Se titulaba “Atención Integral de Población
Indígena Altamente Móvil”. Ya que domino
el inglés muy bien, presenté mi proyecto más de una vez ante diferentes
visitantes de la Feria, y ¡que milagro! Resulté ser ganador entre muchos
representantes de diferentes países del mundo.
Eso significaba que nos otorgaron una gran suma de dinero para la
realización del proyecto. Mi plan fue
dirigido, antes que nada, hacia la instrucción y enseñanza de los indígenas en
siete temas: higiene personal, lavado de manos, expulsión de parásitos
intestinales, prevención de infecciones intestinales, control prenatal,
prevención y tratamiento de tuberculosis y de leishmaniosis. Con el dinero de la donación adquirimos para
nuestras clínicas los equipos médicos de última generación de primer
diagnóstico, muy fáciles de usar. En
cada clínica ahora tenemos un aparato de electrocardiografía, una lavadora y
otras cosas necesarias. También
compramos automóviles para los doctores ya que las distancias aquí son grandes
y no todos de ellos poseen su transporte personal. Considero que mandar un médico a viajar en
bus es una humillación. Después de aquel
caso, me otorgaron muchas donaciones más de diferentes organismos
internacionales, y nuestro trabajo con indígenas se hizo muy bien conocido.
En
total, en el área bajo mi dirección funcionan 8 EBAIS y más de 40 “casas de
salud” en poblaciones pequeñas, es donde un equipo médico móvil atiende a los
vecinos una vez por mes. En la parte
principal del área, por lo general viven corrientes costarricenses “blancos” o
cómo los llaman indígenas, “latinos”.
Con aquellos, no hay tantos problemas, aunque el nivel de pobreza también
es muy alto. Hace poco organizamos la
construcción de vivienda con bonos estatales y el uso de su propia fuerza
laboral, por lo que la construcción resultó mucho más barata.
- Aunque la construcción de vivienda no tiene
nada que ver con la medicina, pero indirectamente, también ejerce influencia en
la salud de personas. ¿Y cómo fueron los
resultados de sus gestiones? La gente ya se enferma menos?
- Así nos gustaría, pero cumplir con todos los
proyectos resultó más difícil que planearlos, especialmente en lo que trata de
la población indígena ya que estos viven en su propio mundo. No respetan las fronteras nacionales y se
vienen con todas sus familias a Costa Rica para coger café, y cuando se les
pide presentar papeles, se molestan: “¡Hemos caminado por aquí miles de años,
hasta que ustedes inventaron dividir nuestras tierras con esas fronteras!” Así
que tuvieron que permitirles pasar la frontera libremente, aunque si ellos
pagasen $ 30 por un permiso oficial,
tienen el derecho de ser atendidos en nuestros EBAIS y hospitales. En caso contrario, sólo pueden contar con la
atención médica de emergencia. ¡Pero, cuál
de ellos posee una suma tan “gigantesca” de dinero? Este año, por ejemplo, más de 4 000 personas
pasaron al lado costarricense. Y cada
vez una cantidad más grande de ellos se
queda aquí para siempre ya que los salarios y las condiciones de vida son mucho
mejores.
En la frontera entre Costa Rica y Panamá, en
la población de Río Sereno, hace poco organizamos un EBAIS a donde dirigimos a
todos los inmigrantes. Es un
establecimiento único de este tipo donde trabajan hombro con hombro, médicos y
enfermeros ticos y panameños donde registran a los recién llegados, les toman
sangre para el examen de malaria y les vacunan a los niños. En este momento, ya casi hemos erradicado esa
enfermedad. Si en algún tubo con sangre
aparece el parásito, localizamos la persona inmediatamente, en cualquier
plantación que se encuentre, y le aplicamos el tratamiento gratuito.
Ya
dentro de territorio Indígena, el que se encuentra a 10 km de San Vito, ahora
estamos construyendo un EBAIS grande donde se atenderá a 1 500 personas. Estará listo en un par de meses. Será una clínica totalmente diferente, hecha
al estilo indígena. En vez de construcciones
rectangulares, que uno puede ver en cualquier rincón del país, construimos las
“yurtas” de seis aristas, y en cada casita de esas estará un departamento: en
una, el consultorio del médico, en otra, el cuarto de expedientes, en la
tercera la sala de inyecciones, etc. También
habrá un módulo destinado al “médico tradicional”, o sea, el curandero
indígena, y en la parte de atrás estará una hortaliza de plantas
medicinales. Y pintaremos todas esas
construcciones en colores vivos, típicos de la cultura indígena.
- ¿Y cómo combaten las enfermedades
intestinales?
- Es una de las direcciones principales de nuestro trabajo. Ya que si la gente sigue tomando agua sucia del río y comiendo con las manos sin lavárselas, ninguna medicina del mundo la salvarán de infecciones estomacales, y por eso se les mueren muchos niños pequeños en las aldeas indígenas. Me puse a explicarles que el agua en el río no está limpia, que hay que hervirla. Pero lo negaron rotundamente. No pude entender el por qué de tanta testarudez. Al fin recibí la respuesta: “¡No podemos hervir el agua porque está viva!” Es ahí cuando me volví loco al escuchar esas respuestas que, por cierto, no era la primera, ni la última vez. Decidí llevar mi microscopio a la población indígena y demostrarles que clase de “monstruos” están nadando en el agua que ellos toman. “!O-o-o-oh Es por eso que el agua está enferma!” – se dieron cuenta los indígenas. “¡Sí!!!! Enferma!” – me puse muy feliz porque al fin lo entendieron. – “¡Y esos microbios y amebas matan a sus hijos!” – “¡Entonces, hay que curar el agua!” – fue la conclusión. - “¡Exacto! Ahí está el cloro, tres gotas para un litro de agua, y estarán bien”. Ahora en territorio Indígena la mortalidad infantil bajó considerablemente y en los últimos 3 años sólo murieron dos niños. Pero entre los migrantes, me da miedo decirlo, ¡muere el 4% de los recién nacidos! Es mucho más difícil trabajar con ellos, además de su situación ilegal en el país.
(Termina en la próxima edición)
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