Nina Vóronova nació y creció en un área verde cerca de Moscú, donde cada
niño, desde pequeño, aprende el alfabeto
de la Naturaleza, la que llega a ser su mejor amiga para toda la vida. Desde pequeña, Nina quería ser médico. No pudo llegar a serlo pero aún así que se
graduó de enfermera. Desde la edad de 17
años comenzó a trabajar para colaborar con los gastos del hogar. Cuando Nina se casó y llegó a Costa Rica, era
una muchacha todavía muy joven. Como
muchos de nuestros compatriotas, aprendió el idioma rápidamente y comenzó a
trabajar en su especialización. La
riqueza principal de Nina no es el dinero sino su personalidad inestimable. Es muy sociable, benévola, gustándole el participar en todas las actividades y ayudar a
los enfermos. Estas cualidades las heredó de su madre, Maria Ivánovna, quien vive
ahora con ella. Nina es la portadora de la
cultura rusa. No olvida su querido
bosque ruso, el idioma, las canciones y los platillos de la cocina rusa, ni
tampoco deja que los demás los olviden.
Nina
Vóronova nació y creció en una familia de obreros cerca de Moscú. Vive en Costa Rica hace más de 30 años, pero
va mucho a Rusia de visita.
- Nina, háblenos de su niñez.
- Nací en la ciudad de Podolsk, cerca de Moscú,
y cuando tenía 6 años nuestra familia se pasó a vivir en la población de
Shérbinka, en la misma área. Desde niña
crecí con la naturaleza y a menudo iba al bosque para recoger hongos, frutas,
acedera o avellanas. En vacaciones de
verano, mi hermana y yo pasábamos todo el tiempo con nuestra abuela en una
aldea de la región de Stúpino. Este
lugar estaba rodeado por bosques y campos sembrados, increíblemente bellos y
encantadores, y eso fue mi pequeña
patria, mi riqueza más preciada. Mi
abuela, mamá y la tía conocían y recogían buenas hierbas medicinales y nos
enviaban a recogerlas: hipérico (o hierba de San Juan), ortiga, manzanilla,
milenrama, artemisia. Siempre en nuestra
mesa había un “samovar” (percolador) con el té medicinal de la aromática hierba
de San Juan y también a menudo hacíamos el té con hojitas de grosellas o
cerezas. Estas plantas son muy buenas
para subir las defensas del organismo.
Mi hermana y yo nos metíamos al río por horas, pero muchas veces la
abuela nos ordenaba ayudar en las hortalizas: plantarlas, regarlas y escardar
las siembras. También nos tocaba
trabajar en el sótano, escogiendo las papas del año pasado. Mi hermana y yo refunfuñábamos con la abuela,
nos resentimos que no nos dejaba pasear, mientras otros niños estaban pasando
muy alegremente las vacaciones. Pero
ahora pienso que debo agradecerla por todo eso, porque en aquellos días de verano
pasé por una verdadera escuela de la vida.
Desde niña, soñaba en ser doctora, pero no sucedió, así por lo que
llegué a ser enfermera. En la familia,
la situación material era muy difícil, y a los 17 años me
fui a trabajar en el hospital # 49 de Moscú, en la región de
Kapotnia. El camino me tomaba una hora y
media, por tren y bus. Fue muy difícil, me caía del cansancio, pero
no me quejaba. Mi carácter alegre y el
optimismo siempre me salvaban. Soñaba en
ir a estudiar en la universidad médica, pero debido a las dificultades
materiales estos planes nunca se pudieron realizar. En cambio, en el trabajo aprendí a hacer masajes,
terapia física y un curso de gimnasia curativa.
Esta especialización más adelante me ayudó mucho en la vida. Siempre me gustaba trabajar con métodos
naturales de tratamiento, y más adelante eso llegó a ser mi trabajo principal,
diario y querido.
- ¿Y cómo llegó usted a Costa Rica?
- Siempre fui muy sociable, tenía muchas
amigas. Las muchachas teníamos la tradición
de celebrar todos los cumpleaños en el café-heladería “Metélitsa” situada en mi
querida avenida Kalíninsky. Un día mi
amiga y yo entramos a tomar un cóctel en un bar situado en el local contiguo, y
allá cerca, en una mesa estaban dos muchachos, uno ruso y el otro algo
extraordinariamente parecido a un hindú.
Así conocí a Gilberto. Para mí, fue
muy interesante comunicarme con una persona de otro país. Empezamos a salir, y
sin darme cuenta me enamoré de él, yo tenía 18 años en aquel entonces. Mi madre estaba en contra, me desaconsejaba y
hasta peleaba abiertamente, pero los jóvenes siempre hacen todo lo contrario a
los consejos de los mayores, y nos casamos.
Gilberto se graduó de economista y en el año 1979 llegamos a Costa
Rica. Mi mamá se quedó con mi hermana
menor, ya divorciada de nuestro padre desde hacía bastante tiempo, y en los
años 90 mi hermana también emigró con su esposo a América, y ahora vive en
Nueva York. Nuestra madre ya es muy
mayor, y queremos tenerla con nosotras, para que viva medio año en los Estados
Unidos y medio año en Costa Rica. Pero
todavía no se ha decidido a trasladarse por completo ya que le cuesta alejarse
de su tierra.
- ¿Cómo logró acostumbrarse a la cultura nueva?
- Muy fácilmente, con 23 años uno aprende y
asimila todo muy rápido. De repente
comencé a comunicarme en español con los familiares de mi esposo, con los que estuvimos
viviendo juntos cerca de tres años. Tuve
muy buenas relaciones con toda su familia y las conservo hasta ahora, aunque
Gilberto y yo nos separamos hace unos cuantos años. Dominé muy bien el idioma español, hasta las
expresiones locales costarricenses, como “no te hagas la rusa” que significa “no seas tonta” o “estoy
detrás del palo” que significa “no entiendo nada”. Me acostumbré rápido a la vida nueva, siempre
me gusta todo lo nuevo y fácilmente hago contacto con la gente. Pero estuve increíblemente aburrida por estar
en casa sin trabajo ya que este modo de vida no es para nosotras las mujeres
rusas. Para ocuparme de algo, cocía
ropas infantiles a mano: camisetas, pantaloncitos, gorritos. Desde el principio traté de que me
reconocieran mi título de enfermería, recogí y traje de Moscú un montón de
papeles, pero al fin y al cabo nada funcionó, ya que es muy complicado
legalizar aquí nuestros títulos de educación secundaria especial. Me cansé de todo este papeleo y decidí
trabajar de manera privada. Mi primer
paciente vivía en Los Arcos, Irena Kocherzhinskaya me ayudó a conseguirlo y por
eso le agradezco mucho. Era muy lejos
viajar a aquel lugar, y había que hacerle masajes todos los días, aun los
domingos, pero estaba alegre porque creía que es una gran felicidad poder
trabajar y ser útil para alguien.
Después tuve buena suerte en entrar a trabajar en un gimnasio como
masajista. Aunque nunca pude estudiar en
la universidad, en cambio hice muchos cursos de alimentación macrobiótica,
masaje y yoga y todo el tiempo trabajaba usando estos conocimientos para el
bien de la salud del ser humano. Poco a
poco aparecieron los clientes y primeras amigas costarricenses, las que me
ayudaban a buscar pacientes entre sus amistades y familiares. Una de ellas, Conchita Rossi, una persona
linda y buena, se hizo muy cercana a mí, casi una hermana y siempre me
escuchaba, tranquilizaba y me aconsejaba.
En el año 1988, cuando mi hijo Iván estaba por nacer, me celebró el té de
canastilla en su casa. Cuando mi hijo creció un poco, comencé a
buscar trabajo a través de los anuncios en los periódicos y conseguí empleo en
un hogar infantil llamado “Hogar Luz” donde trabajé más de seis años. Allá atendíamos niños enfermos que padecían
parálisis cerebral, retraso mental y otras enfermedades graves: muchos de ellos morían a edades tempranas,
mientas que otros fueron adoptados por extranjeros. Me encariñé mucho con una niña que era inteligente
y divertida, siempre la andaba en brazos, y cuando la adoptaron, todas las
enfermeras sintieron tristeza al separarse de ella, llegando incluso al llanto.
- Por lo que veo, usted es una persona muy
compasiva…
- Sí, lo heredé de mi madre. Ella siempre ayuda a todo el mundo, se
compadece y participa con sus consejos y con todo lo que puede. Cuando alguien viene de visita o alguna
vecina pasa por su casa, sin falta la invita a comer o a tomar el té y le regala pasteles para
llevar, no puede ser de otra manera.
Cuando estoy mal, pienso: alguien ahora tal vez está aún peor que
yo. Mis problemas son pequeñeces de la
vida, uno no tiene que concentrarse y aferrarse a ello. Al ayudar a los demás, uno se vuelve más fuerte. No comprendo y no acepto a los egoístas,
nuestra cultura cristiana nos enseñó siempre a responder a la necesidad y el
sufrimiento de los demás. Mi tía decía:
‘si te vienen a pedir, es un pecado no darles; aún si no tienes nada, deles
aunque una cebolla’. Cuando alguien de
nuestros amigos se enferma, siempre pienso: ¿cómo puedo dejar de apoyarlo?
dejar de ayudar? ya que prácticamente no tenemos familia aquí cerca. Ayudo como puedo y con lo que puedo, aunque con
una llamada telefónica o una visita, llevo algo a la persona que sufre, una
golosina, frutas o medicinas. Hasta
ahora me acuerdo cómo Raya Bikkazákova, Nina Sinytsina, Katia Zamyshlyáeva y yo
visitábamos a Natasha Sítchenko cuando estaba muy enferma de cáncer. Tratábamos de visitarla cada semana. Y creo que la persona que siente la
preocupación y amor hacía sí misma, también se hace más fuerte, percibe sus
sufrimientos y su enfermedad de manera diferente. En eso, Natasha fue un gran ejemplo para
todos nosotros, nos dejó, pero su lucha nos dio a todos más fuerzas para seguir
la vida hacia adelante.
- ¿Le gusta participar en actividades sociales?
- Por supuesto, de otra forma la vida es muy
aburrida y no tiene sentido. Cualquier
evento es una fiesta para el alma, le sube el ánimo, lo enciende. Mi mamá, mis amigas y yo tratamos no dejar
pasar ni un solo concierto, festival o espectáculo. De los artistas rusos me gustan mucho
Alexander Malínin y Nikolai Slichenko
(ya tiene casi 80 años, pero ¡todavía da conciertos con gran éxito y se ve perfecto!
Otro ejemplo para nosotros). Por
supuesto, amo mucho a Khvorostovsky. Y
de los artistas costarricenses, es el grupo “Éditus”, los adoro y admiro su inmenso
talento. También me gustan los
cantautores Esteban Monge y Guadalupe Urbina.
De los latinoamericanos, Mercédes Sosa, por supuesto, y mi cantante
favorito, Facundo Cabral, tuve suerte de presenciar sus conciertos varias veces
y también Julio Iglesias, lo vi y lo
escuché hace poco con mi mamá en Moscú. Me
da mucha pena que no pude presenciar el concierto de la “Musa Rusa” porque en
este tiempo estaba en Moscú, pero por el Facebook me dio mucho gusto ver todo
lo que pude, con gran orgullo por nuestros talentos. Me alegra mucho que ahora nuestra vida aquí comenzara
a latir con más energía, gracias a la creación de la asociación cultural
rusa. Cuando hay que ayudar a preparar o
realizar algún evento u organizar un picnic, siempre estoy de acuerdo y cómo
puedo, reúno a todas mis amigas, vecinas de Cartago, es donde vivo. A menudo nos reunimos en la casa de alguna de
nosotras, celebramos nuestras fechas o viajamos a la naturaleza, a una
piscina. Y siempre están presentes
nuestro humor, nuestros platillos y por supuesto, nuestras canciones. Me gusta mucho cantar, especialmente viejas
canciones típicas rusas, es de familia.
Las dos abuelas mías cantaban, y una tenía la voz cómo de
Ruslánova. Mi mamá por poco se hizo
cantante, la aceptaron a un coro, pero la abuela no se le permitió. Así que para nosotros, cantar después de
cualquier cena festiva o a veces sin ninguna causa especial, es natural y
vital.
- Usted va mucho a Rusia?
- Antes no podía viajar mucho y me hacía mucha falta. Me acuerdo que el primer año aquí, estaba muy
deprimida y hasta no quería comer nada, perdí mucho peso. Un día los familiares de mi esposo me
invitaron a ir con ellos a coger café.
Allá respiré el aire fresco y me “comuniqué” con las plantas y de una
vez me sentí mejor, comencé a comer bien y toda la depresión se curó. Amo la naturaleza. Últimamente voy a Rusia más seguido, para hacer
algún trámite, también visitar mis familiares y amigas. Todavía tengo el pasaporte ruso de uso
interior y el registro de allá. Después
de haber visitado la Patria, regresas por acá como inyectada de energía, con
las “pilas” cargadas, te vuelves más fresca, más vigorosa y hasta más
joven. Allá es totalmente otro mundo,
otro ritmo, hay que hacer todo rápido, con gran energía y precisión. Es muy emocionante sumergirme por un tiempo
en aquella vida activa, llena y que corre sin cesar. No me alejo de mi madre tierra y posiblemente
nunca podré hacerlo, son mis raíces. Costa
Rica es un país muy bello, pero el lugar natal siempre es más querido, está más
cerca al corazón. El bosque de abedules,
las flores de lila y el cerezo, el canto de los ruiseñores… uno no puede
olvidar todo eso. De repente te llegan a
la mente las letras de la canción: “Amo a mi tierra, mi país natal. Mi tierra
es mi alegría, es mi querida canción”.
- Nina, una vez usted mencionó que visitaba el
barrio pobre de la Carpio con una asociación…
- Sí, participo en la asociación “Bien de
mujer”, ayudamos a mujeres pobres, madres solteras y sus hijos, a mejorar las condiciones de su vida,
organizamos el trabajo educativo, diferentes talleres y cursos: confección de
ropa, cocina, cultivo de plantas orgánicas de hidroponía. Después estas mujeres, que han aprendido
producir algo útil, pueden vender sus productos en los mercados y ferias,
también a veces les ayudamos a buscar compradores, y así ganar dinero y llegar
a ser económicamente autosuficientes. Mi
pequeño aporte fue dirigido hacia los procedimientos de salud: participé en las
consultas médicas del doctor Mikhail
Kirillov, nuestro compatriota, impartí clases de yoga, charlas sobre el
mejoramiento de salud: la prevención de
enfermedades, alimentación saludable, el fortalecimiento de las defensas del
organismo, preparación de platillos saludables y otros. El Yoga
es mi deporte favorito y lo practico desde hace muchos años, se puede decir,
desde la infancia, y ahora cada día estoy más cerca de ella. El Yoga no es un simple ejercicio, es un modo
de vida, gracias a eso mejora no sólo la salud física, sino también la salud mental
y espiritual. Nuestros voluntarios, muy
a menudo, visitan La Carpio donde en su gran mayoría viven nicaragüenses en condiciones
de gran hacinación y en un ambiente de alta criminalidad al igual que en otros
barrios pobres que hay en los alrededores de San José y los que visitamos
también. Pero esta no es la única
dirección de nuestra actividad.
Trabajábamos en dos albergues locales para los enfermos de SIDA donde
realizábamos con ellos una terapia combinada de medicamentos naturales juntos con
la terapia con láser y ejercicios de yoga, los que llevo a cabo regularmente y
con gran éxito. Hubo un caso de un
paciente que no podía caminar y siempre permanecía en silla de ruedas, y al tiempo cogió tanta
fuerza que comenzó a ponerse de pie y caminar poco a poco. Recuerdo que movía los pedales de la
bicicleta estacionaria con gran entusiasmo y además bromeaba que ya llegó a
Puntarenas.
La
fundadora de toda esa actividad es misionera y presidenta de nuestra asociación
“Bien de mujer”, una irlandesa llamada Ainé (también le dicen “Didi”), quien está
desarrollando métodos naturales y de terapia física para tratar diferentes
enfermedades y purificar el cuerpo, vendiendo y promoviendo medicinas de la India
marca “Himalaya”. Al mismo tiempo que organiza
actividades de beneficencia en Costa Rica y en otros países de América Central,
regala sus productos naturales, promociona y realiza programas de salud para
gente pobre de la tercera edad y para los enfermos de SIDA. Es una persona iluminada que se dedica a la
obra santa y consagra toda su vida para el bien de la gente que lo necesita. En su vida, Ainé sigue los principios de las
teorías filosóficas del Oriente, en particular la corriente de “Ananda
marga”. Comencé a asistir esa grupo de
filosofía oriental donde practicamos yoga y después Ainé fundó la filial costarricense
de la empresa “Himalaya”, así la conocí y me maravillé de la obra de Ainé y empecé a
trabajar ahí. En esta misma compañía
también trabaja hasta ahora mi amigo el doctor Mikhail Kirillov. Pero últimamente he hecho una pausa en ese
trabajo, espero que sea provisional, y ahora sólo trabajo como agente
independiente de las medicinas indias y sigo haciendo masajes de manera
privada. Los medicamentos de la marca
“Himalaya” que se producen en base de hierbas medicinales, son bien conocidos
en muchos países del mundo, incluyendo Rusia, y también en los últimos años han
ganado gran popularidad entre los costarricenses debido a su acción activa
multidireccional y ausencia casi completa de los dañinos efectos
secundarios. Ahora en cada farmacia, los
medicamentos naturales de “Himalaya” están exhibidos en primer lugar, y siempre
tienen todos los permisos en orden. Por
lo general, me gustan los métodos naturales de prevención y tratamiento de
enfermedades, tales como homeopatía e hierbas medicinales; , antes también
trabajaba con Herbalife y Omnilife, pero después, algo me decepcionó de esos
productos. Después tuve algunas ideas nuevas, y una de ellas es
el aprender a hacer diferentes tipos de jabones, desodorantes, champús y cremas
naturales de materiales ecológicas, y para eso estoy planeando hacer los
respectivos cursos. En general, los
métodos ecológicos ahora están muy de moda porque la gente ya se cansó de tanto
abuso de químicos y quiere alimentarse con productos limpios, verduras y frutas
orgánicas y respirar el aire puro. Así
que yo también comparto este punto de vista y considero que uno tiene que estar
más cerca de la naturaleza en todos los sentidos.
Y estamos completamente de acuerdo con él.
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