“Así
me quedaría toda la noche escuchando y cantando, todo fue tan agradable y
conmovedor, esperamos la otra ocasión con mucha impaciencia”.
Nina Vóronova
El
segundo festival de artes “Musa Rusa” una vez más reunió bajo sus alas a todos
los que atesoran la lengua y la canción rusa, quienes, aunque estén lejos de sus raíces, siguen
resguardando y multiplicándolas. Los
participantes pasaban de uno en uno el mismo pensamiento que unía a todos los
presentes: “Los miles de kilómetros no nos separan de nuestra tierra
materna. Precisamente aquí, a la
distancia, sentimos especialmente fuerte la unión con ella. La conexión que se explica con nuestro
nacimiento, los primeros pasos y la mentalidad, el multicolor de nuestra sangre
rusa”. Todo eso se “derramó” en poesías propias
de los participantes y en sus canciones, así como también en las obras de
poetas y compositores queridos e inolvidables de tiempos pasados. Y por supuesto, el día 22 de junio, en el 72°
aniversario del ataque de la Alemania nazi contra la Unión Soviética, era
imprescindible entonar la canción más poderosa de la Gran Guerra Patria escrita
en los primeros días de su comienzo por el poeta Lébedev Kumach y compositor
Alexandrov. La “Guerra Santa” sonó en
una sola inspiración, interpretada por todos los artistas juntos con los espectadores,
quienes asi rindieron el homenaje a todos los participaron de la Victoria.
Gran
descubrimiento para los compatriotas fueron las presentaciones de Marina
Golubovich, con sus poesías líricas increíblemente conmovedores, de Alexander
Gusachenko quien ha revivido las canciones de juventud de una parte de los
presentes, de Evgeniy Dyachenko quien
regaló a los espectadores sus reflexiones filosóficas, y de Yustin Skripachov
quien se las ingenió para no sólo tocar el violín, sino también cantar y
bailar. Al igual que en la fiesta anterior, nos alegraron con sus propias obras
Artur Mitinian, Marta Rein, Sergey Krutko e Iryna Borovyk. Lo mismo Elena Polster, quien interpretó canciones populares de los
años 50, y Alexander Lotarev, quien intervino con canciones de bardos
conocidos, y que fueron acompañados cantando por toda la concurrencia. Dmitri Ordansky amplió su repertorio
considerablemente. No sólo cantaba sino también
intervino, junto con Marta Rein, en el rol del anfitrión hospitalario de una
parte del apartamento moscovita donde tanto les gustaba a sus amigos reunirse
para conversar sobre las noticias y desahogarse cantando sus canciones
favoritas. La cocina fue el centro de
atención de los espectadores. Aquí se
entrevistaba, se cantaba, se recitaban
poesías y hasta se bailaba. Un
regalo verdadero fue la presencia en ese círculo íntimo de Gurgen
Mkrtchán. En un improvisado escenario,
de repente aparecieron los niños Sofía Lótareva y Konrad Ordanski, con la
canción final, y a ellos se les unió Ana Mitinián, lo que sin duda alguna,
animó aún más la fiesta desencadenada.
Ni hablar sobre los bailes calientes por parte de Marta Rein. Una adición maravillosa, igual de
impresionante para los espectadores, resultaron los dibujos de Daniel Ruiz
Golubovich, los retratos de compatriotas realizados por Natalia Dyachenko, las
pinturas de Anna Torgánova. Todo eso
junto creó un ambiente extraordinario.
Como si no fueron espectadores y actores, sino una gran familia que se
reunió en la casa… ¡como antes!
Y aquí
está un comentario más de nuestra compatriota:
“El corazón deseaba una Fiesta. No sólo un
día libre y no una actividad formal. Una Fiesta. Que sea Rusa. Sonó la puerta y esa entró con pasos firmes
en un apartamento bien conocido de Moscú el 22 de junio. Entró tentándonos ¿si todavía recordamos, si
no la hemos olvidado en la agitación rutinaria?
Y la Memoria resultó persistente, los corazones latían en unísono,
rindiendo homenaje al Gran Día de Dolor.
Y la Pena como de costumbre, se cambió en Tristeza, y la Tristeza dio
paso a la Sonrisa y la Alegría. La
Fiesta no estaba sola. Su dueña permanente,
La Musa de las Musas, nuestra querida Marta, nos volvió locos con su “kadril”
movida, nos atrajo con el multicolor del mercado. La Fiesta tiene muchas caras. Le abundan sorpresas. Los profesionales de escenario y los novatos
confundidos, poetas y artistas, pintores y músicos – su calidoscopio fue
brillante. La Guitarra hechizaba, las
cucharas de madera secundaban su amplitud y audacia, el Violín cantaba solo, y
la Voz no necesitaba micrófonos. Y la
Cocina, donde todo es tan simple y hasta abrumador, está esperando al próximo
encuentro. El té está humeante y la
botellita empañada están quietos esperando visitas…” Olga Skvortsova
Sólo nos queda expresar la esperanza que cada festival que sigue, nos
abrirá nuevos y más talentos.
Iryna
Borovyk
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