Olga Ivánovna, después de haber vivido cien
años, recuerda su infancia hambrienta primero en Siberia, después en Ucrania,
los años que ha pasado en el orfanato, los estudios, el matrimonio, los años
difíciles de la guerra, el nacimiento de los hijos, su trabajo responsable en
el Soviet de los Ministros de Ucrania, el nacimiento de los nietos y bisnietos
y al fin, el traslado a Costa Rica.
“¡He vivido cien años! Es
mucho! He visto muchas cosas buenas y muchas malas en mi vida, siempre ayudaba
a la gente en lo que podía, y amaba mucho a los animales” – dijo Olga Ivánovna
al brindar en su fiesta de aniversario número cien, rodeada por sus familiares
y amigos. Nos contó, con la ayuda de su
hija Alisa, sobre su vida, en la que se ha reflejado la de todo nuestro país.
Olga Ivánovna nació en
Siberia, en la ciudad de Omsk. Su padre era
de Letonia, músico que tocaba la flauta.
Antes de la Revolución llegó a Siberia en una gira artística con un
grupo de músicos, se enamoró de la mamá de Olga y se quedó vivir en Omsk, donde
nacieron sus ocho hijos. Como músico no ganaba lo suficiente para sostener
una familia tan grande, así que consiguió empleo como maquinista en el
ferrocarril, llevando trenes hacia China.
Ganaba muy buen dinero por aquellos años.
Cuando llegó el poder
Soviético en 1917, le nacionalizaron todos los ahorros que guardaba en el banco
para “los días malos”. Este suceso,
además de un resfrío contraído durante una cacería, le afectó mucho y se
enfermó de neumonía muriendo a la edad de 42 años. La madre quedó en una situación gravísima:
con ocho niños en sus brazos y sin medios de subsistencia. Tenían una vaca, pero con el tiempo también
tuvieron que venderla. Aunque nunca había estado en Ucrania, ella la amaba mucho, en
una especie de amor raro, más bien a nivel de subconsciencia. Y entonces, con sus hijos, se fue a Ucrania a
principios de los años veinte. Creía que
el clima cálido, la abundancia de verduras y frutas le ayudarían a levantar a
su familia. Logró a colocar algunos de
sus hijos en el orfanato en Kryzhópol, entre ellos Olga. En esa tierra bendita de Vínnitsa, bajo el
cálido sol ucraniano, Olga pasó 5 años y siempre ha recordado con gratitud a
sus maestros y al personal de servicio tan dedicado al cuidado con amor de los
huérfanos de la revolución. En aquellos
años la hermana mayor de Olga, Nadezhda, se casó y a los pocos meses, decidió a
invitar a su madre y a ella a vivir con su familia en Kiev. Su esposo en aquellos años había sido nombrado
ministro de carreteras de Ucrania, y para una familia joven no era difícil
alimentar un par más de personas amadas.
Olga se graduó de una
secundaria de siete grados y a la edad de 16 años entró a trabajar en una
imprenta. Entre los años 1932 y 1933 en
Ucrania se produjo una terrible hambruna y en las calles de Kiev había gente
débil, desmayada por el hambre, la que
llegaba a la capital con la esperanza de encontrar empleo y alimento. Mucha de esa gente sencillamente moría en las
calles. Olga recuerda aquel tiempo,
cuando ella caminaba a la casa después del trabajo, y tenía que “pasar
sorteando cadáveres”.
Ucrania siempre ha tenido fama
por su excelente clima y los mejores y más fértiles suelos negros en el mundo,
pero cayó en una situación desesperada. Durante
el proceso de la política de “deskulakización” (represión política contra los
campesinos más ricos) se nacionalizaron las propiedades más exitosas y sus
dueños fueron desterrados a Siberia. Las
exageraciones en la política agraria tuvieron como resultado la ruina de la
agricultura lo que transformó a Ucrania, que era el granero de Europa, en un
país de hambre. Particularmente
afectados lo fueron la agricultura y la ganadería. Durante la implementación del plan de
reservas de cereales, el gobierno retiraba toda la cosecha para el
abastecimiento de ciudades grandes y para la exportación. Se apoderaron incluso de las semillas. Los militares viajaban por todas las
poblaciones decomisando todo el grano,
buscando y sacando incluso las reservas
escondidas, amenazando con el fusilamiento.
Era un verdadero terror. Stalin
ordenó colocar cordones militares alrededor de toda Ucrania, para que los
ucranianos hambrientos no molestasen a las provincias y ciudades más
prósperas. Los campesinos se movieron en
masa a la capital esperando hallar allá un trabajo y alimentarse de alguna
manera, pero tampoco podían encontrar nada en la ciudad. En aquellos años en Ucrania, según diferentes
fuentes, murieron de 4 a 6 millones de personas. Y en toda la Unión Soviética, murieron de
hambre cerca de 7 millones de personas. (Wikipedia). “En
aquellos años, la gente no sabía nada de todo eso, y fue prohibido hablar y
escribir sobre la hambruna. Solamente a
finales de los años 80 y principalmente en los 90 del siglo pasado, después de
la desintegración de la Unión Soviética, muchos secretos viejos de la tiranía
estalinista llegaron a ser dominio público” – contó Alisa.
En aquellos años, la familia de Olga recogió y
albergó un niño huérfano llamado Fedoska.
Le arreglaron una pequeña “habitación” en el pórtico del edificio y
todos los vecinos le daban de comer por turno. Después fue adoptado por un regimiento
militar. Cuando Fedosey creció, un día
llegó con el uniforme militar a visitar la familia, y estaba muy agradecido con
ellos por su salvación.
Siendo joven, Olga trabajó
también en la Dirección General de los asuntos de Literatura y Editoriales
donde se ocupaba de la censura de la prensa.
Aunque no pudo seguir estudiando, siempre tenía sed de
conocimiento. Como tenía acceso a los
libros, leía mucho y quería mucho el arte, no faltaba a un solo estreno,
concierto o gira artística. Conocía de
memoria muchas poesías, su poeta preferido fue y sigue siendo Sergey
Esenin. En aquellos tiempos se casó por
primera vez, pero el matrimonio no resultó porque su esposo no quería tener
hijos, pero para Olga eso era inaceptable ya que ella creció en una familia
numerosa. Así que pronto se
divorciaron. Y después un amigo
periodista la invitó a trabajar de asistente del editor en el periódico
“Ucrania Soviética”, órgano principal de prensa de la república. El trabajo en la editorial era muy
interesante y además tenían contacto con personas famosas. Una vez los visitó Ilya Eringburg, quien recién
había terminado su famosa novela “La caída de Paris”. También se reunían con el escritor alemán
Willy Bredel, la cantante georgiana Nata Vatchnadze y muchos otros. En aquellos tiempos- más exacto en el año
1939- al periódico llegó un nuevo editor en jefe, Vasiliy Eliazárovich
Prozhoguin. Olga en aquel entonces tenía
26 años. Los jóvenes se gustaron a
primera vista y muy pronto se casaron.
Vasiliy, originario de la ciudad de Oriol, trabajaba allá como
editor del periódico de la Zona Central de Tierras Negras. No planeaba trasladarse a Ucrania, pero lo
nombraron para trabajar en Kiev, y en aquellos años era obligatorio el cumplir
con todos los nombramientos, como si fueran órdenes militares. Prozhoguin era comunista por convicción, pero
no arribista ambicioso. Siempre
preconizaba la igualdad de todas las personas en el mundo, sin importar su
nacionalidad, religión o color de piel.
Creía que todas las personas tenían el derecho de ser felices, fue un
idealista, un constructor del comunismo… sobre gente como él se apoyaba todo el
país Soviético. Vasiliy escribía sobre
los héroes de trabajo, sobre los éxitos de la construcción socialista, sobre el
fenómeno del hombre soviético, gracias a qué la Rusia de “lapot” (zapatos de corteza
de madera)- en tiempo récord- llegó a ser un líder mundial. En el año 1940 tuvieron su primer hijo
Anatoliy y un año después comenzó la
guerra.
En los años de la Guerra
Patria su esposo se convirtió en corresponsal militar, editor del periódico
“Adelante hacia el Oeste!” del 9° cuerpo mecánico del 3er Ejército de tanques
(el que se publicaba diariamente, a pesar de las dificultades objetivas del
tiempo), viajaba mucho por el frente, pero, gracias a Dios, salió sano y
salvo. Y Olga Ivánovna con su hijo
Anatoliy fue evacuada, como millones de personas civiles; al principio los
llevaron a Saratov y después a Ufá.
Después de terminada la
guerra, felizmente todos regresaron a casa donde les dieron un buen apartamento
en el centro de Kiev. En aquellos
tiempos la hermana de Olga se divorció y quedó en situación difícil; esta vez Olga le pagó con
creces y la invitó a vivir con ella. Así
la hermana mayor se quedó con su familia hasta la muerte.
Después de la liberación de
Kiev en el año 1943 Olga Ivánovna siguió trabajando en el Soviet de Ministros
de Ucrania, donde trabajaba antes de la guerra, en el puesto del inspector del
secretariado del Presidente del Soviet de Ministros. Fue un trabajo de gran responsabilidad: en
sus manos estaban y se guardaban todos los documentos secretos que entraban al
órgano superior ejecutivo de la república – todos los boletines, todos los informes
desde las diferentes localidades, ella clasificaba esta información y la
guardaba en una caja fuerte y la única llave estaba en su poder. Si los jefes necesitaban algunos documentos,
la podían llamar al trabajo a cualquier hora del día o de noche, hasta en los
días feriados. Todo estaba bajo secreto
absoluto, porque en los años de Stalin, sólo la información positiva llegaba a
ser del dominio público. Pero todo lo negativo
– los problemas, crímenes, intentos de huelgas o sabotaje en las localidades o descontentos
masivos de la población – se quedaba detrás de las cortinas bajo el membrete
“secreto” y sólo para un círculo reducido de dirigentes.
En aquellos años, en las
instituciones estatales todo el personal trabajaba con el horario de Stalin, es
decir hasta altas horas de la noche. Si
a las 9 de la noche Stalin llamaba a algún dirigente local y nadie contestaba,
eso era una seria infracción o más bien,
un crimen. Con todo eso, Stalin después de almuerzo
descansaba, se alejaba a su casa de campo en Kúntsevo y dormía en la tarde tres
o cuatro horas. Pero todos los demás
trabajadores no gozaban de esta posibilidad, tenían que trabajar sin parar,
desde la mañana y hasta las 10 u 11 de la noche. Llegar
cinco minutos tarde al trabajo en la mañana también se consideraba un crimen,
por lo que la gente caía en los tribunales.
Olga Ivánovna después del trabajo tenía que regresar a la casa en la
noche caminando, ya que en aquellos años después de la guerra todavía no
funcionaba ningún transporte público, caminaba de 30 a 40 minutos, cada vez
bajo el riesgo de un asalto.
Y Vasiliy Eliazárovich, después de la guerra, siguió sus estudios de postgrado en la
Academia de Ciencias Sociales, Moscú, donde se doctoró. Después se dedicó al trabajo predilecto con
el cual siempre soñó: la docencia en la escuela de periodismo de la Universidad
Estatal de Kiev. Siendo investigador y
conocedor profundo de la historia de la literatura rusa, fundó la cátedra de
historia del periodismo ruso, descubriendo ante los futuros periodistas el
talento publicitario de los escritores rusos.
En las conferencias del profesor Prozhoguin todos estaban presentes siempre,
la asistencia era de cien por ciento. Y
hasta los estudiantes de otras facultades llegaban a escuchar sus
lecciones. Fue uno de los docentes más
queridos y educó a más de una generación de periodistas soviéticos. Lo invitaban a trabajar en Moscú, pero no
quería dejar Kiev, la quería mucho y allí estaba su familia. En el año 1951 nació su hija Alisa. El hijo mayor Anatoliy Prozhoguin se graduó
del Colegio de Aviación de Sásovo y llegó a ser piloto polar. Prozhoguin padre trabajó hasta los últimos
días de su vida, hasta que la enfermedad lo venció, y nunca pensó en
pensionarse. Murió en el año 1980.
Olga Ivánovna trabajó durante 42 años y se
pensionó en el año 1971. Para este
entonces, su hijo Anatoliy, quién amaba hasta la locura el Norte de Rusia,
trabajaba como piloto en las regiones polares soviéticas y prestaba servicio a
las expediciones flotantes de investigaciones científicas SP-22, SP-23 y SP-24
(las siglas en ruso para el Polo Norte).
Después de haber trabajado en el Norte más años de los que le
correspondía por ley, a la edad de 51 años llegó a vivir en Kiev. Extrañaba mucho su trabajo preferido y nunca
logró adaptarse a la vida tranquila del pensionado; murió en el año 1999 a la
edad de 59 años.
Su hija Alisa continuó la obra
de su padre y también llegó a ser periodista, se casó y tuvo dos hijas. Cuando Alisa se divorció de su esposo, sólo
mujeres quedaron en la familia. Olga
Ivánovna se dedicó por completo a la educación de sus nietas y después, de su
bisnieta. A pesar de su edad avanzada y
los traumas, siempre trataba de hacer todo por sí misma en la casa y además se
preocupaba por los demás.
Llegó el siglo nuevo, el
milenio nuevo… La vida de la familia cambió por completo y tal vez fue una de
las primeras de ser afectada por la globalización y revolución informática:
Alisa se casó por segunda vez y se fue a los Estados Unidos, una nieta se fue a
Turquía y más tarde la segunda nieta, Alina, con su esposo y tres hijos se vinieron
a Costa Rica. Olga Ivánovna no tuvo más
remedio que irse también al continente americano, donde la llamó su hija. “A mi mamá le gusta todo aquí – nos contó
Alisa – el clima cálido, la abundancia de frutas y verduras, la bella
naturaleza”. Cierto que ya no camina,
pero a la edad de cien años, se atiende a sí misma casi por completo. De cualquier manera, cuando Alisa sale del
país por sus negocios y asuntos, su esposo norteamericano Dominic se queda con
la anciana y asegura que no le cuesta mucho trabajo…
A
Olga Ivánovna la llevan con frecuencia al jardín en una silla de ruedas para
que contemple las flores, aunque es una pena que últimamente su vista se haya
empeorado bastante. Pero ¡su cerebro
está totalmente intacto! Declama las
poesías de Esenin de memoria, con fluidez y buena dicción. El 24 de julio Olga Ivánovna celebró sus cien
años y está dispuesta vivir un par de años más, no se desanima, está alegre y
optimista, es altruista ¡y allí está el secreto de su longevidad!
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